— ¿Sin paz es posible el desarrollo de los derechos humanos?

John Paul Lederach es especialista en mediación y ha participado en procesos de paz en países como Colombia, Somalia, Nepal o Irlanda del Norte. En 1994 fundó el Centro para la Justicia y la Construcción de la Paz de la Eastern Mennonite University de Virginia (Estados Unidos). Actualmente, es profesor de la Universidad de Notre Dame de Indiana.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos cumple 75 años. Haciendo una mirada retrospectiva, ¿ha sido un éxito o un fracaso?
No creo que sea una cuestión binaria, sino un camino que debe servirnos para aprender e ir avanzando. Un camino de responsabilidades y de conciencia. En mi opinión, el mayor éxito es que la gente cada vez es más consciente de lo que significa respetar la dignidad humana de cada persona de este mundo. La dignidad humana es el fundamento más profundo de lo que representan los derechos. Pero es cierto que de la conciencia a la acción hay mucho camino a andar. Los derechos humanos no siempre se aplican de forma perfecta y a veces parece incluso haber un retroceso.

Ponga algún ejemplo, por favor.
A pesar de los muchos avances que se han producido, hace tiempo que vemos el resurgimiento de la figura del autoritarismo, formas muy violentas de responder a la conflictividad humana o la dificultad para afrontar la exclusión y la pobreza. Toda una serie de cuestiones que estos últimos veinte años han provocado retos importantes a escala global que quizás no esperábamos. Sin ir más lejos, lo vemos en países como España y Estados Unidos: el modelo autoritario ha ganado terreno y eso, a menudo, va de la mano de la minimización de los derechos.

Es una valoración agridulce.
Sí. No creo que la Declaración Universal de los Derechos Humanos haya sido un éxito o un fracaso, sino que debemos entender que se trata de un camino largo que comienza con la conciencia y pasa por la política –que es donde se concretan las leyes que protegen—; pero la aplicación y la responsabilidad es algo que debemos cuidar siempre. Es decir: que exista una ley no garantiza que se vaya en la buena dirección. Es necesario que todas las generaciones renovemos nuestra responsabilidad.

¿El autoritarismo en varios países pone en riesgo algunos derechos?
Totalmente. Aunque la intensidad puede variar en función del contexto, el autoritarismo tiene un efecto directo en derechos como el de la libertad de expresión. Es un reto para la libertad de prensa o la defensa de la opinión, sobre todo cuando se desafía a la figura o grupo que ocupa el poder. También puede afectar a derechos que, según el contexto, se pueden identificar como formas de discriminación y exclusión por raza, lengua, etnia, expresiones de sexualidad o los derechos de las mujeres. Insisto, en un panorama como este, la intensidad varía según el contexto, pero existe un eje que se repite: excluir y minimizar la participación política, social y cultural. En gran parte, es porque el modelo autoritario busca el control y esto significa reducir el espacio de diversidad y, a menudo, excluir o eliminar la oposición. Puede adoptar muchas formas, pero esta reducción afecta directamente a derechos fundamentales como el de participación.

Usted ha viajado por todo el mundo y trabajado en países muy distintos. ¿Ha detectado que los derechos humanos son diferentes en función del lugar del que hablemos?
A lo largo de mi experiencia, he visto que la concepción original de los derechos humanos es muy individualista y está bastante marcada por una perspectiva occidental y, en muchos sentidos, eurocéntrica. Esto no quiere decir que no se valore la dignidad de otros sitios; pero, precisamente en lugares donde existe un fuerte sentimiento colectivo, el significado de estos derechos es diferente. Así que sí, existen diferencias importantes y en gran parte son culturales, por lo que he podido ver. Tanto desde un punto de vista más individualista –normalmente occidental– hasta una perspectiva más colectiva. Ha sido un camino de crecimiento, sobre todo en lo que se refiere a esta idea que puede haber derechos colectivos para ciertos grupos.
También entra en juego la perspectiva religiosa, que puede hacer variar bastante la interpretación de los derechos, por ejemplo en relación con la libertad de niños, mujeres o personas mayores. Hay muchas formas de entender las cosas desde la religión y también hay que tener en cuenta que la interpretación de los derechos está muy arraigada en el lugar en el que vivimos. Por eso hay tantas diferencias. Ahora bien, creo que cada vez existe una mayor apertura hacia el respeto de la dignidad humana y, al mismo tiempo, hacia la diversidad de responsabilidad según el contexto y la cultura. Pero está claro que las diferencias no desaparecerán de un día para otro; se requiere tiempo. Para mí, el mayor avance ha sido la idea de los derechos colectivos. Especialmente en América Latina.

¿Algún caso reciente?
Citaría lo ocurrido en los últimos años en Colombia, con el Acuerdo de Paz que contiene capítulos sobre etnicidad, perspectiva de género o derechos colectivos de los indígenas. Es una forma de ampliar la comprensión para que esto nos proteja no solo individualmente, sino a grupos perjudicados históricamente por la exclusión en los lugares donde han vivido. La clave es ampliar según las necesidades que afectan a una cuestión tan fundamental como es la dignidad humana y colectiva.

¿Qué mecanismos hacen falta para garantizar los derechos humanos y quién debe estar detrás?
Por lo que he podido ver, tener un mecanismo formal no significa que se respeten los derechos humanos. Así que me acercaré a esta cuestión a través de lo que he podido captar trabajando en la transformación de conflictos, un área donde he identificado cuatro tipos de cambios. Cambio en sentido de transformación. El primero es a nivel personal: la toma de conciencia y detectar nuestras responsabilidades y la forma de entender a los demás. El segundo es la transformación relacional, con otros y entre grupos. Hacer sostenibles los derechos humanos tiene que ver con mejorar las relaciones entre grupos que históricamente han tenido conflictividad.

¿Cuál es el tercero?
Es en el aspecto formal o legal de los derechos humanos. Es decir, estructural e institucional. Leyes concretas que protejan e instituciones que las apliquen. Es un aspecto muy importante, pero no la receta definitiva, porque las instituciones pue-den tener leyes que no necesariamente ayuden a mejorar la calidad de las relaciones a través del respeto y la responsabilidad. La responsabilidad de proteger los derechos no puede ser exclusiva de una institución; debe ser un compromiso de los individuos y la sociedad que se refleje en estas instituciones. Además, exigir un cambio no garantiza que este se lleve a cabo. Lo que sí lo asegura es un cambio de conciencia y la responsabilidad colectiva.

¿Cuál debe ser el cuarto cambio necesario para garantizar los derechos humanos?
La última transformación detectada es la cultural. Podemos tomar como ejemplo los cambios que ha habido este último siglo en la participación de las mujeres en la sociedad, en la familia o en la política. A veces ese cambio, el cultural, es el más complicado. Por lo general es un proceso complejo y no se puede hacer de la noche a la mañana. Se debe ir renovando en cada generación.

Tenemos muestras recientes de este tipo de cambios muy cerca.
Sí, podemos volver a fijarnos en nuestros dos países, España y EE.UU., no hace falta ir más lejos. En el último siglo se han producido grandes cambios en la participación de las mujeres en la sociedad, la familia y la política. Si lo miramos desde la distancia, podemos creer firmemente que este tipo de cambio es un camino que debe asegurarse desde las instituciones. Pero en el fondo sabemos que una transformación como esta requiere algo que va más allá de la ley escrita. Implica un cambio de conciencia, un cambio de relación y un profundo cambio cultural. Este último es, a menudo, el más complicado. La ley existe, pero la cultura no cambia tan fácilmente. Y normalmente es la cultura la que gana.

Entonces, ¿cómo construir un camino que combine las cuatro transformaciones que exponía?
La gente debe entender que todo lo que es personal, relacional, estructural y cultural está relacionado con el bienestar y la dignidad de toda la sociedad. Y ahí está la complejidad de todo. No se puede cambiar de la noche a la mañana, sino que se debe ir renovando generacionalmente.

¿Qué papel debería tener la ONU a la hora de garantizar los derechos humanos?
Un papel muy importante, porque es uno de los pocos espacios en los que confluyen representantes de contextos muy diferentes. El gran reto de la ONU es que funciona a escala de estados-naciones. La premisa principal es, en principio, que nadie se interponga en los asuntos internos de los demás, pero existen fuertes tensiones y diferencias internas. Hay países miembros que no necesariamente comparten la misma visión sobre los derechos humanos o bien la aplican de formas muy diversas y sin querer que nadie se ponga en la forma que tienen de hacerlo. La ONU es un gran recurso de intercambio y avance, pero tiene retos importantes. Dudo mucho que la aplicación y la realización de los derechos humanos deba realizarse exclusivamente a escala de estados-naciones. Debe surgir de otros niveles más profundos. Como decía antes, es todo un camino por recorrer.

Hablando de caminos, ¿cuál es lo que debe llevarnos hacia la paz?
La paz no es un estado final, sino que es dinámica, diaria, tiene estructura, tiene propósito, pero siempre debe adaptarse a las realidades concretas del momento y el contexto social. En la construcción de la paz existe un fenómeno que algunos científicos llaman procesos-estructuras.
Ahora mismo estoy en Colorado, junto al Blue River, que desciende de una montaña muy alta. El río es un ejemplo de fenómeno proceso-estructura. Proceso porque va muy rápido y cada momento es dinámico y cambiante. Pero al mismo ti-
empo, si subes a esta montaña y miras por dónde pasa el río, ves la forma que hace y cómo se dirige poco a poco hacia el mar. Esto es la estructura. El río no siempre respeta las orillas, pero va pasando por un cauce hasta llegar a la meta. De lejos no vemos su dinamismo. Combinar estas dos ideas significa que existen fenómenos sociales que tienen ciertas estructuras y que se dirigen hacia un propósito compartido; pero su dinámica varía a diario en función del momento y del contexto. Es necesario ser muy adaptativo y tener el objetivo bien claro.

¿Sin paz son posibles los derechos humanos?
Si la paz se concibe como la tranquilidad pasiva, poco tiene que ver con el desarrollo de los derechos humanos. Sin embargo, si la paz se entiende como un dinamismo interactivo, como la práctica permanente y perpetua de aumentar la calidad de la justicia y a la vez reducir nuestra dependencia respecto a todas las formas de la violencia en las relaciones humanas, entonces vemos cómo la paz es la tierra en la que germinan y se cultivan los derechos humanos que, a cambio, nutren ese mismo suelo. Sin embargo, esto segundo requiere una imaginación moral en la práctica diaria de la dignidad, desde lo interpersonal hasta lo político.

¿Qué es la paz? ¿Cómo la definiría?
Hace décadas que lo estudio y todavía no he encontrado una definición definitiva de la paz. Entiendo la paz como la calidad de las relaciones. Y esto no se define a partir de la permanencia o como un fenómeno estático, sino como algo muy dinámico. Lo sabemos por las relaciones de familia y pareja. La calidad de una relación es la combinación de baja violencia y alta justicia. La justicia contiene facetas de participación e inclusión, bienestar humano y expresar la conflictividad con la mínima violencia posible. Evidentemente, no es fácil encontrar el equilibrio entre ambos conceptos. Por eso pienso que, como seres humanos, vivimos en la búsqueda permanente de cómo llegar a ellos. Para mí, esto es la paz. La paz se define principalmente por esa dinámica emergente, relacional, que busca la alta justicia con baja violencia.
Llevo casi cinco décadas trabajando en lugares donde hay mucha conflictividad interna. Me he dado cuenta de que lo que hacemos casi siempre es mirar cómo subir un poco más la justicia, definida por la participación, el respeto y el acceso, y cómo rebajar el nivel de violencia. Es el gran reto que tenemos.

Un equilibrio difícil de encontrar. Un trabajo que se realiza sobre todo en el terreno de la mediación, su especialidad. ¿A veces hay derechos que entran en conflicto?
Por supuesto, en muchos sentidos y eso provoca fuertes tensiones. La conflictividad requiere siempre cambios concretos en una relación. Pero quienes pueden salir beneficiados no siempre quieren cambiar. Quienes sufren una situación buscan la forma de cambiar lo que, desde su punto de vista, es la raíz de su sufrimiento. Y en ese contexto, a menudo la tensión entra en juego a la hora de rebajar la violencia. Y esto implica establecer conversaciones con el sector que produce la violencia. En esta situación, lo habitual es distinguir entre el campo de trabajo de la resolución de conflictos y el campo de los derechos humanos que se ponen en tensión. Resolver un conflicto a veces significa que uno debe estar en relación con gente que provoca problemas y no respeta algunos derechos. Hay gente que no quiere detener la violencia. Y esto no es fácil, porque a veces nos encontramos en medio de una negociación donde hay un ofensor que ha pasado por alto los derechos humanos.

Me hace pensar en la relación entre Ucrania y Rusia del último año y medio.
Es un buen ejemplo. ¿Negociar o no negociar? El objetivo sería detener la violencia, pero ¿cómo se negocia con gente que no cambiará su forma de ser? Cuando un conflicto dura mucho tiempo y crea mucho sufrimiento, la justicia y la paz están en tensión. También la misericordia y el perdón. No podemos actuar como si todo esto no existiera. Es mejor reconocer que estas tensiones son profundas, que continuarán coexistiendo, y buscar la forma de alargar la mano y la capacidad de imaginar nuevas formas para redefinir las relaciones porque las tensiones no desaparecen. Minimizar la verdad no significa que desaparezca lo ocurrido y lo que la gente ha vivido. A menudo, cuando hablamos de buscar la verdad nos referimos a encontrar una forma de reconocimiento de lo ocurrido. La justicia en su forma punitiva extremista nunca debe ser la receta para renovar un contrato social. Sería caer en la trampa que quien gana tiene el derecho de la justicia y quien pierde no. ¿Y cómo combinar verdad y justicia? No es fácil. Hay energías sociales que no desaparecen y que deben encontrar la forma de convivir sin perder de vista que el camino y el propósito pasan, a veces, por restaurar lo dañado. Curar en el ámbito personal y social.

Puesto que hablamos de retos, ¿cree que deberían añadirse más derechos humanos a los ya proclamados?
Sí, esto es un proceso abierto. Tal y como he dicho, para mí lo interesante es el avance en los derechos colectivos. También debería hablarse e investigar mucho sobre los derechos de la tierra que todos compartimos y que, como humanos, nos afectan tanto. Me refiero a los derechos de los bosques, del mar… el conjunto del planeta. Con el objetivo de protegerlos. Sin esto no tendremos la capacidad de sobrevivir.
Por último, la tecnología y el mundo digital también deben incluirse. En concreto, la inteligencia artificial, que es un camino cada vez más rápido y con una fuerte capacidad de crecimiento, más de lo que somos capaces de entender. Sin embargo, hasta ahora no hemos sido capaces de encontrar una perspectiva compartida de lo que suponen los derechos éticamente. En este punto debe haber un fuerte debate sobre derechos de libertad de expresión y de responsabilidad social y colectiva. Es un camino que en 1948 no se podía prever. Por tanto, creo que al menos deberían incluirse aquellos derechos vinculados a la naturaleza, potenciar los derechos colectivos y apostar por derechos que empiecen a visualizar qué puede suponer en este mundo la inteligencia artificial.

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