Este profesor titular de la Universidad de Cantabria es un experto en la historia del conservadurismo español durante el siglo XIX en perspectiva comparada con el de América Latina.
En pleno siglo XXI, ¿cómo deberíamos definir al hombre conservador?
Parece que ser conservador es, por sí mismo, contradictorio con la época en la que entró el mundo occidental cuando arrancó la edad contemporánea y se impusieron la razón, la ciencia y la concepción progresista del progreso como la forma de actuar sobre la realidad. Bajo el reinado de ese paradigma, que básicamente se mantiene -la nuestra es una sociedad progresista en tanto que intrínsicamente apegada a la idea de progreso-, el conservador, con su gusto por la tradición y su visión restringida de la capacidad del hombre para resolver los problemas de las sociedades -el conservadurismo surge en defensa del sistema del Antiguo Régimen-, se presenta como una persona contraria al signo de los tiempos. Pero quienes nos dedicamos a la historia –y lo intentamos hacer dejando de lado algunos prejuicios– sabemos que desde que se impuso el paradigma de la modernidad siempre ha habido conservadores y no podemos sino tomar en cuenta este hecho, que obliga a cuestionar la idea de la contradicción. De ninguna de las sociedades más avanzadas han desaparecido personas, grupos, corrientes de pensamiento, think tanks o partidos políticos abierta o técnicamente conservadoras. Mucho menos después de la llamada “revolución conservadora” que empezó con el acceso de Margaret Thatcher al poder en 1979 en el Reino Unido. Y es porque ser conservador no es sinónimo de inmovilista y reaccionario. Se trata de una forma de sentido común que de entrada desconfía de los cambios que comportan grandes transformaciones, sobre todo las sociales, pero no es inasequible a todo cambio y los asume una vez que se han consolidado y convertido parte del orden establecido. Las personas políticamente conservadoras, que salvo en circunstancias revolucionarias tienen una actitud moderada, se han ido adaptando a los cambios que se han producido en la historia impulsados por las varias revoluciones políticas, industriales y culturales, aunque en este último aspecto no en su totalidad. Frente al riesgo de revolución, el conservador propiamente dicho es el que como forma de preservar el statu quo o evitar la desaparición de lo más importante de la tradición apuesta por la evolución. Es de este modo acomodativo que el conservadurismo ha sobrevivido al triunfo de la modernidad y asumió el liberalismo y la democracia. Lo ha hecho sin desechar esa disposición que, de entrada, no ve con buenos ojos todo lo que se pergeñe racionalmente para intervenir en la realidad con el fin de mejorarla.
Si hiciéramos una lista, ¿qué elementos podríamos decir que caracterizan al conservadurismo, actualmente?
Lo que siempre ha motivado que hubiera fuerzas grupos e individuos conservadores sigue operando actualmente. Lo que ocurre es que en las últimas décadas se han añadido otros factores que contribuyen a que se adopte esa posición política inclinada al mantenimiento del statu quo y querenciosa de lo heredado del pasado. Hay personas que tienen innatamente un temperamento conservador o lo adquieren en el curso de su experiencia social, hay personas que se sienten a gusto en un determinado orden establecido y por eso son conservadoras, hay quienes son conservadores porque tienen un interés concreto en el mantenimiento del orden vigente independientemente de sus ideas –puede ser el caso de la derecha económica– y existen personas que tienen la visión filosófica del mundo -derivada de una concepción antropológicamente negativa del hombre e histórico-cultural de las sociedades- que es la que sustenta el pensamiento conservador consciente. Todo esto no ha dejado de funcionar así.
Antes citaba a Margareth Thatcher. ¿Qué es lo que ha provocado un nuevo empuje del pensamiento conservador desde hace cuatro décadas?
El resurgir del pensamiento conservador en las últimas décadas ha tenido lugar sobre todo a raíz de la implosión del sistema comunista internacional, que ha supuesto el fracaso del mayor experimento histórico apoyado en el racionalismo ilustrado para hacer desaparecer las injusticias y las desigualdades, y ha favorecido un revival de lo religioso y de la tradición. El fracaso del comunismo, que vino después de haber causado grandes estragos en el campo de los derechos humanos, de la paz y del medio ambiente, causando grandes perjuicios a las poblaciones que administró e incurrido en flagrantes contradicciones respecto de su discurso, ha acarreado que desde finales del siglo XX se haya extendido una gran desconfianza en el progresismo y esté teniendo lugar un retorno a las creencias religiosas, a las prácticas sociales tradicionales y a las comunidades humanas supuestamente naturales.
Los desajustes de la globalización, muy disruptiva, han provocado también una respuesta desde la visión conservadora.
Sí, el rechazo a la globalización ha alimentado al conservadurismo. La globalización, en marcha desde finales del siglo XV, se aceleró y cobró unas implicaciones y alcances insospechados tras el triunfo de la doctrina económica neoliberal como método salir de la crisis económica y social de los años setenta y recuperar la senda del crecimiento. El revival conservador de las últimas décadas tiene una alta correlación con los efectos perjudiciales de la globalización sobre algunos sectores sociales, nichos poblacionales y países -hay ganadores y perdedores- y con algunos de los fenómenos que la acompañan.
La globalización produce conservadores por el rechazo de muchos habitantes de los países ricos -y no tan ricos- a la nueva inmigración, es decir, a la circulación en una magnitud y con un alcance insospechado de personas procedentes de los países pobres en busca de mejores condiciones de vida o huyendo de diversas formas de persecución. Independientemente de lo beneficioso que sea en términos económicos para los países de acogida y de la dimensión humana, lo voluminoso y desordenado del fenómeno, que se hace patente en el cambio del panorama social de muchos barrios y ciudades europeas, y pone a prueba la capacidad y la tolerancia de las sociedades para asumir y gestionar la multiculturalidad, causa mucho rechazo. El componente cosmopolita de la globalización se manifiesta también en la extensión, a través de los procesos económicos y de la difusión de las nuevas tecnologías, de una cultura que homogeneiza el mundo. Ante esta homogeneización cultural del planeta en los gustos y modos de vida de los países más influyentes económicamente, algunas formaciones políticas y países, tanto dominantes como dependientes, responden con un repliegue hacia y con una protección de la cultura propia. Este intento de quedar a salvo de todos los efectos colaterales de la globalización mundial alimenta el conservadurismo ideológico y político. Un ejemplo es el auge del islamismo, que expresa las ansiedades de grupos sociales muy extensos del mundo arabo-islámico ante una globalización que perciben como una nueva forma de imperialismo occidental. Otro es el ultranacionalismo en auge en todos los países de la parte más próspera del mundo.
Y las posiciones progresistas, de izquierdas, ¿qué actitud han tenido ante toda esa evolución?
El avance del cierto conservadurismo lo ha impulsado en parte, y por supuesto de un modo involuntario, la conducta de las izquierdas y en particular el programa de la nueva izquierda. A las izquierdas les ha resultado muy difícil extender la igualdad socioeeconómica cuando la política económica y fiscal dominante es neoliberal. En estas circunstancias ha buscado expandir la igualdad por medio del reconocimiento de nuevos derechos sociales individuales. Y todo lo que tiene que ver con el matrimonio homosexual, la normalización de la diversidad sexual, la aparición de nuevas formas de familia y ciertos aspectos de la cuarta ola del feminismo, provocan un fuerte rechazo social incluso en personas que no inicialmente conservadoras. El mundo desarrollado asiste a una especie de reacción en contra de cambios en el ámbito de lo moral que les parecen antinaturales o excesivos y que están basados en un conjunto de construcciones y categorizaciones sociales que pueden remitir a problemas reales de ciertos grupos, pero que no se corresponden con la experiencia social de la mayoría de la población. La actual ola de conservadurismo viene de lejos, de la reacción cultural contra las transformaciones culturales y morales impulsadas por las generaciones jóvenes en los años sesenta. En la actualidad se asiste a algo similar alentado por los nuevos derechos individuales, que, por ejemplo, están disolviendo la concepción clásica del género.
Compliquémoslo un poco más. ¿Se puede ser conservador en algunas facetas de la vida, pero en otras ser progresista?
Por supuesto. Hace pocas fechas el escritor Antonio Muñoz Molina, que no creo que sea un conservador, escribía un artículo en El País donde sostenía que a veces es mejor no hacer que hacer, que, frente a la conciencia de un problema a arreglar, es mejor hacer una pausa para reflexionar a fondo acerca de cómo intervenir antes de dejarse llevar rápidamente por una sensación de capacidad racional para mejorarla. Por decirlo coloquialmente, hay que tener cuidado con las buenas intenciones. Esta prudencia es propia del conservadurismo, pero se trata de una pauta extendida por todo el espectro político, que la ha asumido como un principio para conducirse responsablemente en la acción política. No sólo porque es evidente que no todo mejora cuando se c ambia de acuerdo con un paquete de buenas ideas basadas en una concepción progresista y en un análisis racional, sino también porque la posibilidad de hacer progresar a una sociedad pasa por hacerlo en algunos aspectos renunciando a intervenir en otros. La mentalidad y los hábitos arraigados en las sociedades no cambian por decreto, como tampoco de ese modo se pueden doblegar ciertos intereses bien establecidos.
Lo que está claro es que hay muchos tipos de conservadurismos y conservadores.
Aparte de lo que he indicado hasta ahora, hay también un conservadurismo natural que últimamente se está notando mucho cuando vemos cómo están operando las redes sociales sobre las formas de ver el mundo. Las redes sociales son utilizadas por la mayor parte de las personas más como una forma de confirmarlos en su visión del mundo que de tener conocimiento de otros modos de ver las cosas y plantearse cuál puede ser la mejor forma de entender un problema o intentar resolverlo. La inclinación más común en el ser humano no buscar que le contradigan, sino más bien ver corroboradas las ideas propias. Hay una especie de conservadurismo vital que está en la condición humana y que hace perfectamente que una persona que tiene ideas progresistas se conduzca muchas veces y en diversas circunstancias o ante ciertos retos de forma conservadora.
Luego también están las culturas socioprofesionales. En no pocas ocasiones personas ideológicamente muy progresistas se desenvuelvan en sus profesiones asumiendo sus pautas tradicionales o sus convencionalismo. Muchos individuos progresistas tienden más a reproducir las pautas corporativas que a transformarlas. Esto ocurre en la Universidad. Aunque la Universidad española ha cambiado mucho a mejor en su funcionamiento interno, no es infrecuente encontrarse con un profesor progresista que no solo reproduce sino que reivindica dinámicas jerárquicas que van más allá de las exigencias propias de la generación y transmisión de conocimiento. No es el único ámbito donde se constata que personas progresistas sigan pautas o tengan hábitos laborales o relacionales que ideológicamente son conservadores, probablemente de forma más inconsciente que consciente.
Además hay momentos en los que los progresistas, por motivos my puntuales, votan conservador.
Sí. En unas determinadas circunstancias un progresista puede entender que la mejor opción política es votar a un partido de la derecha conservadora; por ejemplo, para evitar el acceso al gobierno de la extrema derecha. Pero también ocurre a veces que un progresista pueda cambie su voto en ese sentido debido decepcionado con el obrar de su partido de siempre. En mi opinión esta es una de las bases del éxito electoral de Isabel Ayuso cuando gana las elecciones en la Comunidad Autónoma de Madrid con mayoría absoluta. No solamente fue votada por los partidarios de la derecha, sino que recibió el voto de muchos progresistas para quienes ella, con su modo de abordar la pandemia, se había mostrado para ellos como mejor defensora de ciertas libertades individuales básicas como la libre movilidad por el territorio y la presencia en los lugares públicos, que para muchos progresistas son sagradas. La lucha por el reconocimiento y la protección de las libertades individuales con vistas a su efectivo ejercicio ha sido históricamente uno de los signos de identidad de las izquierdas, pero la derecha de nuestro tiempo ha hecho de ellas -no exactamente de las mismas, pero también de muchas de las luchadas por los progresistas- también su bandera. Por último, está el cambio de preferencia política alentado por el descontento con ciertas medidas de los gobiernos de izquierdas sobre todo en los ámbitos de las ayudas sociales -muchos contribuyentes de esa inclinación acaban hartándose de la concesión indiscriminada de subsidios que se pagan con los impuestos que ellos devengan-, de la discriminación positiva en favor de las mujeres -para muchos es injusta- o de la importancia concedida, en detrimento de la prioridad que habría que dar a la reducción de las desigualdades socioeconómicas, a la materialización en leyes y programas educativos de las teorías que cuestionan las visiones esencialistas, naturalistas y estáticas sobre sexo, género y orientación sexual, consideran el género una construcción social discursiva y propugnan la libre elección.
También queríamos preguntarnos sobre la edad, sobre lo generacional. ¿El conservadurismo es una ideología o una actitud más propia de adultos?
No se debe asociar el conservadurismo ni con la riqueza ni con la edad. Hay muchas excepciones. Muchas personas pobres o de condición obrera son temporalmente conservadoras: prefieren el mantenimiento del mundo que conocen aunque dentro del mismo tengan posiciones subalternas; ven más factible conseguir alguna mejora personal si las condiciones circundantes no cambian, por que las conocen, que afrontar la incertidumbre de una alteración y de nuevas reglas del juego que le puedan dejar descolocado o ser desbordado por la realidad. Existe también el conservadurismo de la persona de condición socioeconómica humilde que considera que la mejor manera que pueda mejorar su situación personal es que gobiernen aquellos que generan riqueza y, por tanto, vota conservador.
En cuanto a la relación entre edad y conservadurismo, en nuestro tiempo está teniendo lugar un fenómeno que contraviene completamente la idea de que esa preferencia política es cosa ante todo de personas mayores. Hoy en día, los mayores de nuestra sociedad, que fueron en su momento la generación que contribuyó al establecimiento de nuestro régimen democrático, producto de un marco mental progresista, podrían ser considerados conservadores situacionales porque quieren mantener ese sistema ante la ofensiva de las derechas extremas. Luego entre los mayores está muy extendida la adscripción progresista. Al mismo tiempo, muchos jóvenes, carentes de memoria histórica del pasado reciente y nacidos ya en democracia, consideran que es un régimen defectuoso a cambiar profundamente o a erradicar. Estos jóvenes apoyan de forma abierta a las posiciones no tanto conservadoras como derechistas radicales. Basta fijarse en los simpatizantes y votantes de Se acabó la Fiesta, que mayoritariamente son jóvenes. El suyo es un voto del inconformismo juvenil con un sistema establecido que consideran anquilosado, además de peligroso y disolvente de la sociedad, y que creen que debe ser modificado.